domingo, 26 de junio de 2011

Crisis financiera y cenit del petróleo

Traducción de del artículo original "I am Perplexed: Comments on the World Financial Situation and Peak Oil", publicado en The Oil Drum.

El autor de este texto es Bob Lloyd. Bob es un profesor asociado de estudios energéticos en la Universidad de Otago en Nueva Zelanda.

Estoy perplejo, realmente no puedo entender cómo los economistas del mundo y los comentaristas sobre la precaria situación financiera mundial actual no han llegado a la conclusión que es evidente para todas las personas que han seguido el cénit del petróleo. El dinero no es algo despegado de lo físico, sino que está ligado al mundo real mediante aquello por lo que se puede cambiar. En particular, la relación entre la energía y el dinero es muy estrecha en la medida en que el dinero sirve para ser intercambiado por energía y por lo tanto por petróleo.
Salvo posiblemente para la mera tierra, todos los artículos de comercio, alimentos, minerales, automóviles y otros bienes de consumo dependen de la energía para su fabricación, y el petróleo constituye la parte más grande del mix energético mundial, seguido por el carbón y el gas. Por tanto, si representamos el suministro de energía del mundo contra el PIB mundial, debemos tener una estrecha relación. El petróleo proporciona actualmente alrededor del 35% del suministro mundial de energía. En la figura 1 bajo estas líneas se presenta un gráfico del PIB mundial contra la oferta mundial de petróleo. Las cifras del PIB provienen de economista Angus Maddison, pero otras fuentes dan resultados similares.

Figura 1: el logaritmo natural de la oferta mundial de petróleo y el logaritmo natural del PIB mundial en función del tiempo.


Los datos sobre el petróleo provienen de las estadísticas de BP (desde 1967) y de Realty los anteriores. Las gráficas son el logaritmo natural de cada uno de los datos en relación al tiempo, comenzando alrededor de 1950 hasta el presente. Con esta representación las pendientes de las líneas dan el porcentaje de incremento por año y los aumentos de estos se muestran sobre la gráfica.

Hay cuatro regiones de interés en la figura, la primera región es desde 1950 hasta 1974 y los datos de este periodo demuestran que el aumento de la oferta mundial de petróleo fue de alrededor del 7,3% anual en comparación con el aumento en el PIB mundial que fue de alrededor del 4,6% anual. O en otras palabras, un 1% anual de aumento de la oferta de petróleo produjo un 0,63% anual de aumento en el PIB mundial.
La segunda región de interés es el periodo de la crisis del petróleo de 1970, cuando las tensiones en Oriente Medio aumentaron los precios y la oferta se redujo. Durante este tiempo, en el mundo cambió la relación entre el petróleo y el PIB dramáticamente. La eficiencia energética mejoró y la intensidad energética, es decir la proporción de utilización de la energía frente al PIB, disminuyó, de manera que en el tercer periodo, desde mediados de 1980 hasta hace poco, el aumento en el PIB mundial frente al aumento de la oferta mundial de energía cambió y durante este tiempo un 1,6% anual de aumento de la oferta de petróleo fue capaz de producir un 3,2% anual de incremento del PIB. Es decir, el PIB mundial aumentó al doble del aumento de la oferta de petróleo. Ahora, un cambio en el aumento en un factor de dos significa que si representamos el suministro de petroleo contra la raíz cuadrada del PIB mundial las pendientes deben ser las mismas en promedio. Esta representación se muestra en la figura 2.

Figura 2: producción de petróleo en millones de barriles por día representados contra la raíz cuadrada del PIB mundial en dólares constantes.

Como puede verse, la relación es muy estrecha, excepto a partir de 2005, la cuarta región de interés. ¿Cómo puede ser eso? El PIB mundial todavía aumenta en 3,2% anual hasta 2008, pero la producción de petróleo es más o menos plana. A primera vista parece como si el uso mundial de petróleo se ha disociado del de la economía mundial? Pero, ¿qué pasa con la deuda del mundo? La figura 3 muestra dos conjuntos de datos, uno de la CIA World Fact Book (deuda externa total) y el otro de The Economist (revista) Unidad de Inteligencia (deuda pública), en la última década.
Encontrar todos los datos conjuntos de la deuda externa total ha sido difícil, cualquier ayuda sería apreciada. Los datos de The CIA Fact Book son bastante erráticos en términos de lo que se dispone de datos antes de 2005 con sólo unos pocos países con datos completos desde 2003 hasta 2009. Los datos de estos países, sin embargo, sugieren una aceleración de los niveles de deuda después de 2005: véase el gráfico 4. Los datos obtenidos de The Economist, sólo de la deuda pública, se muestran en la figura 5.
El Fondo Monetario Internacional proporciona una información bastante buena sobre la deuda de los países en desarrollo, pero los datos de los países ricos no aparece en sus bases de datos. ¡Probablemente porque los países ricos se pensaba que eran demasiado grandes para fracasar! Por supuesto, algunos países pueden tener razones para ocultar su verdadera posición ya que afectaría probablemente a su calificación crediticia y, por tanto su economía (por ejemplo, Grecia). Pero con el PIB mundial en torno a 60 billones a partir de 2009, es evidente que la deuda externa del mundo está próxima al PIB mundial y que será más dificil hacer frente a la deuda con una caída del suministro de petróleo. Los economistas keynesianos, que siguen defendiendo la deuda aún más para estimular el crecimiento, podrían estar en problemas. En tiempos de Keynes cuando hubo un incremento en el suministro de petróleo a una tasa del 7,34% anual esto podría haber funcionado, pero no en el presente. 

Figura 3: la deuda mundial desde 1999 hasta 2010.

Figura 4: La deuda externa total como fracción del PIB de 2009 de una pequeña selección de países cuyos datos de la deuda está disponible en la base de datos de la CIA Fact Book.

Figura 5: Deuda pública mundial de los 21 países más endeudados, más el resto del mundo.

La información sobre la deuda es muy sugerente para entender lo que está pasando, esto es, la razón por la que el mundo ha sido capaz de mantener el aumento del PIB desde 2005 se debe a que ha estado pidiendo prestado desde el futuro para financiar la adicción al crecimiento económico. Sin embargo, esta situación no puede continuar sin problemas graves en términos de devolución de la deuda. Y tenemos el declive de petróleo inminente, con el consenso incipiente de que poco después de 2011 el suministro de petróleo es muy probable que empiece a disminuir con tasas de declive de entre el 2% y el 8% anual.
La pregunta de los 64 billones de dólares es lo que va a pasar con el PIB mundial. Robert Hirsh en su documento de 2008 "Energy Policy" ha sugerido que el PIB se reducirá aproximadamente a la misma velocidad que el abastecimiento de petróleo, por lo que si disminuye el suministro de petróleo a un 4% anual, a continuación, el PIB mundial experimentará también un descenso del 4% al año. Si la proporción actual se mantiene, entonces un descenso del 4% en el petróleo produciría un descenso del 8% en el PIB, pero la situación no es probable que sea simétrica o lineal. Con la gran cantidad de deuda dando vueltas también es probable que el sistema monetario mundial entre en riesgo de "implosión" (ver los últimos textos de Gail Tverberg sobre el pago de la deuda en una situación de disminución de la riqueza).
Con el pico del petróleo y la enorme deuda del mundo coincidiendo tanto, es previsible que nos adentremos en un desfiladero altamente no lineal y si se toma en cuenta el cambio climático puede ser un doble desfiladero, altamente no lineales ambos. 


 

La cantidad de población óptima - Parte II

En términos generales, la cantidad de población que elegimos es una que sea capaz de maximizar las opciones medioambientales y sociales de los individuos. Por ejemplo, la población estadounidense debería ser lo suficientemente pequeña como para asegurar vastos espacios tanto a ermitaños como a excursionistas, pero lo suficientemente alta como para permitir la edificación de grandes ciudades en donde se pueda desarrollar el arte, la educación y otros emprendimientos culturales que enaltecen el espíritu humano.
Por supuesto, existen innumerables dificultades en esta pequeña lista de preferencias personales. Pero dado que la población mundial actual es mayor a cualquier opción óptima (salvo que suceda una catástrofe) y sin lugar a dudas será mucho mayor (UNFPA, 1992 – Fondo de Población de las Naciones Unidas), aparentemente contamos con algunas décadas para poder debatir opciones alternativas óptimas antes de frenar el crecimiento poblacional, y con mucho menos tiempo para poder alcanzar el objetivo de cantidad óptima. Durante ese proceso, los objetivos y la tecnología cambiarán, y dichos cambios podrían afectar enormemente esa opción óptima.
De todas formas es necesario hacer un cálculo rápido y tentativo teniendo en cuenta los niveles de consumo y tecnología actual y futuros. Dado que la población no está frente a un peligro inminente de desaparecer debido a la falta de procreación, nos centramos aquí en el límite superior del óptimo. Comenzamos teniendo en cuenta el consumo de energía humana como una medida indirecta y aproximada del impacto total que la civilización inflige a los ecosistemas terrestres de los que nuestra vida se sirve (Holdren & Ehrlich, 1974). La energía, y especialmente la que se deriva de los combustibles fósiles y la biomasa, es el pilar fundamental de muchas de las actividades que dañan al medioambiente y que ahora son reconocidas: contaminación del aire y el agua, lluvia ácida, agotamiento del suelo, emisión de dióxido de carbono y otros gases invernadero y la producción de materiales y deshechos tóxicos y peligrosos.
En la actualidad, el mundo utiliza cerca de 13 teravatios de energía (TW = 1012 vatios), de los cuales cerca del 70% es utilizado por alrededor de mil millones de personas en los países ricos y el 30% restante por más de cuatro mil millones de personas en los países en desarrollo. Debido a la gran disparidad entre las sociedades ricas y pobres y también al daño que se realiza al medioambiente, este modelo no es ético ni tampoco biofísicamente sostenible. El consumo de 13 TW de energía para poder usar la tecnología actual traerá aparejado el impacto ecológico antes descrito, que a su vez provocará cambios mundiales nocivos, incluyendo el agotamiento de ecosistemas y los servicios esenciales que éstos prestan a la civilización (Ehrlich & Ehrlich, 1991 ; Ehrlich et al., 1993).
El estudio de las posibles tendencias futuras nos lleva a conclusiones sombrías. Se estima que la población mundial aumentará de 5.500 millones en 1993, a ser entre 10.000 y 14.000 millones en el próximo siglo. Supongamos que el crecimiento se interrumpiera en los 14.000 millones y todos estuvieran satisfechos con el consumo de energía per-capita de 7,5 kilovatios (kW), que es la medida promedio de los países ricos y de casi dos tercios de estadounidenses a principios de 1990. La humanidad en su conjunto estaría utilizando 105 TW, ocho veces más de lo que se utiliza hoy en día, lo que significa una clara receta para el colapso ecológico.
Un esquema que probablemente evite dicho colapso fue propuesto por John Holdren del Grupo Energía y Recursos de la Universidad de California en Bekerley. El escenario que Holdren propone (Holdren 1991) postula la expansión de la población humana a sólo 10.000 millones y la reducción del uso de energía per capita en los países industrializados de 7,5 a 3 kW y al mismo tiempo aumentarlo en los países en desarrollo de 1 a 3 kW. Para que este escenario fuera viable se necesitaría, entre otras cosas, que los ciudadanos estadounidenses “rebajen el uso promedio de energía de 12 kW a 3 kW”. Esta reducción podría lograrse gracias a tecnologías eficientes en el uso de energía que ahora están al alcance de todos y con una mejora en la calidad de vida de la mayoría.
Si bien el acuerdo para un consumo per cápita promedio de 3 kW para una población de 10.000 millones acortaría la brecha entre ricos y pobres, implicaría un consumo total de energía de 30 TW, más del doble del que utilizamos hoy en día. Holdren reconoce que con ese nivel de consumo no queda claro si la humanidad puede sobrevivir sin consecuencias ecológicas devastadoras. Esto dependerá esencialmente de las tecnologías futuras, a medida que los combustibles fósiles, especialmente el petróleo, comiencen a escasear. Quizá ante hechos que provoquen temor y a la implementación generalizada de tecnologías más benignas (varias formas de energía solar y energía derivada de la biomasa), el agotamiento ecológico pueda interrumpirse hasta llegar a un cenit de actividades humanas y mantenerse en el nivel actual.
¿Qué se puede decir acerca de los límites máximos de población óptima, teniendo en cuenta las tendencias actuales de comportamiento y la tecnología?
En vista del impacto ecológico que la civilización inflige al utilizar los 13 TW actuales, y sin tener en cuenta las perspectivas futuras de la humanidad, visualizar una población que use menos que 9 TW con la tecnología actual y futura es muy difícil.
Podríamos afirmar que a condición de que las fuentes de energía y la tecnología se usaran prudentemente, se podrían utilizar 9 TW sin degradar al medioambiente y sin derrochar recursos no renovables tan rápido como para que no puedan ser repuestos. Bajo las mismas condiciones, un mundo que consuma 6 TW nos daría un margen de error del 50%, algo importantísimo si tenemos en cuenta las consecuencias inesperadas que generalmente se presentan incluso con las supuestas tecnologías benignas (la invención y el uso de clorofluocarbonos es el caso más claro hasta la fecha). Una cifra óptima más conservadora podría ser 4,5 TW, teniendo así un margen de error del 100%. El límite máximo dependerá en parte de algún tipo de aversión al riesgo social promedio junto con una evaluación científica sobre las consecuencias que impliquen consumir 9 TW.
En el mundo real, la población máxima sostenible podría determinarse a medida que se reduce el número de personas y se estudia su impacto (descubriendo la cantidad de humanos que los ecosistemas y los recursos pueden soportar). En cuanto a nuestro experimento, tomemos como ejemplo un mundo que utilice 6 TW. Si partimos sabiendo que contamos con un acuerdo de todos los países para mantener un consumo per cápita de 3 kW, la cantidad óptima será de 2.000 millones, más o menos la cantidad de personas vivas en 1930. A primera vista esa cifra parece razonable y mucho mayor al mínimo requerido para poder beneficiarnos social y económicamente. Durante la primer mitad del siglo XX había muchas grandes ciudades, enormes plantas industriales y seres y parias que prosperaban. Había una gran diversidad cultural y muchas culturas no estaban en contacto con las que estaban industrializadas. Todavía existían amplios espacios vírgenes en muchas partes del mundo. Creemos que un mundo con 1.500 millones de personas y que utiliza 4,5 TW de energía parece plausible y nos deja un amplio margen de error. Ésa era la cantidad de personas que vivían a fines del siglo XIX.
Resumiendo este pequeño ensayo, para poder determinar una cantidad “óptima” se necesitan tomar decisiones sociales acerca de estilos de vida posibles y su puesta en práctica. Nosotros creemos razonable dar por sentado que, hasta que las culturas y la tecnología no cambien de forma radical, el número óptimo de personas que puedan existir simultáneamente se ubica aproximadamente entre 1.500 y 2.000 millones de personas. En caso de lograrse dicho número en un período razonablemente corto, también permitiría una mejor calidad de vida para el máximo número de Homo Sapiens a largo plazo. Pero supongamos que calculamos mal y la cantidad óptima es de 4.000 millones. Dado que la población actual es mayor a los 5.500 millones y crece a pasos agigantados, las implicaciones políticas de nuestras conclusiones son claras.. 
Reconocimientos
Este trabajo tuvo contribuciones de W. Alton Jones, Winslow y Heinz Foundations, y la generosidad de Peter y Helen Bing. 
Referencias
Anónimo (Nov. 19, 1988) La Agricultura puede alimentar a 40.000 millones de personas. Washington Post, p. C-15
Daily, G.C., & Ehrlich, P.R. (1992). Population, sustainability, and Earth's carrying capacity. BioScience 42:761-771.
Ehrlich, P.R. (1980). Variety is the key to life. Technology Review, 82(5):58-68. Massachusetts Institute of Technology, Cambridge, Mass.
Ehrlich, P.R., Daily, G.C., & Goulder, L.H. (1992). Population growth, economic growth, and market economies. Contention 2:17-35.
Ehrlich, P.R., & Ehrlich, A.H. (1990). The population explosion. New York: Simon and Schuster.
Ehrlich, P.R., & Ehrlich, A.H. (1991). Healing the planet. New York: Addison Wesley.
Ehrlich, P.R., & Ehrlich, A.H. (1992). The value of biodiversity. Ambio 21:219-226.
Ehrlich, P.R., Ehrlich, A.H., & Daily, G.C. (1993). Food security, population, and environment. Population and Development Review 19(1):1-31.
Gilpin, M.E., & Soul, M.E. (1986). Minimum viable populations: The processes of species extinctions. In M. Soul (Ed.). Conservation biology: The science of scarcity and diversity, pp. 13-34. Sunderland Mass: Sinauer Associates .
Harris, M. & Ross, E.B. (1987). Death, sex, and fertility: Population regulation in preindustrial and developing societies. New York: Columbia University Press
Holdren, J.P. (1991). Population and the energy problem. Population and Environment 12:231 -255.
Holdren, J.P. & Ehrlich, P.R. (1974). Human population and the global environment. American Scientist 62:282-292.
Keyfitz N. (1991). Population and development within the ecosphere: One view of the literature. Population Index 57:5-22
Livi-Bacci, M. (1987). A concise history of world population. Cambridge, MA: Blackwell.
Parsons, J. (1977). Population fallacies. London: Elek/Pemberton.
Revelle, R. (1976). The resources available for agriculture. Scientific American 235 (3):164
Soule, M. (Ed.). (1987). Viable populations for conservation. Cambridge: Cambridge Univ. Press.
UNFPA (United Nations Fund for Population) (1992). State of the world population 1992. New York: United Nations.
Para escribir al Dr. Daily dirigir la correspondencia a: Energy Resources Group, Bldg. T-4, Room 100, University of California (Bekerley), Bekerley, CA 94720 o bien Drs. Anne o Paul Ehrlich, Department of Biological Sciences, Stanford, CA 94305
Population & Environment: A Journal of Interdisciplinary Studies Volumen 15, Número 6, Julio 1994, 01994 Human Sciences Press, Inc.


martes, 14 de junio de 2011

La cantidad de población óptima - Parte I

Por Gretchen C. Daily, Universidad de California (Berkeley), Anne H. Ehrlich y Paul R. Ehrlich, Universidad de Stanford – Julio 1994

Traducido por Sol y revisado por Ricardo Jiménez. 

A pesar de que la imponente cantidad de la población y su crecimiento afectan prácticamente a todas las áreas de la sociedad, muy pocas veces se debate en público, o incluso se tiene en cuenta, cuál sería la cantidad óptima de población para cada momento histórico del planeta. Si partimos desde criterios biofísicos y sociales, la palabra “óptima” puede tener diferentes acepciones, pero existen bases científicas sólidas para determinar el límite de nuestras posibilidades. La cantidad óptima debe situarse entre la cantidad mínima viable -MVP por sus siglas en inglés– (Gilpin & Soule, 1986, Soule, 1987) y la capacidad biofísica del planeta (Daily & Ehrlich, 1992).
La cantidad mínima (MVP) tendría como mínimo entre 50 y 100 personas para cada uno de los 500 grupos humanos.
El otro extremo vendría a ser los 5.500 millones que somos ahora (6.300 millones en la actualidad, N. del T.), con patrones de consumo de recursos y de tecnología que han rebasado claramente la capacidad planetaria para poder mantenerlos. Este hecho es evidente debido al agotamiento y a la descomposición del patrimonio esencial, irrepetible e insustituible, es decir, los recursos con los cuales esta gran empresa humana se alimenta (ver Ehrlich & Ehrlich, 1991; Daily & Ehrlich, 1992). Muchos argumentan que la capacidad de la tierra es mucho mayor que la que utiliza la población actual. Por ejemplo, hace unos años, un grupo de arzobispos católicos malinterpretaron un trabajo de Roger Revelle (1976) y afirmaron que el planeta puede alimentar 40.000 millones de personas (Anónimo 1988), mientras que varios científicos sociales llegan a la cifra de 150.000 millones (Livi-Bacci, 1989). Estas afirmaciones se basan en presunciones descabelladas y no serán tratadas en este trabajo.
Sin embargo, debemos resolver el problema que se presenta cuando queremos determinar una cifra óptima dentro de un rango amplio. Una vez superada la cantidad mínima viable, y siempre dentro de los límites biofísicos, el problema es sólo de preferencia social. Los debates sobre dichas opciones que se llevan a cabo a un nivel local, nacional e internacional son decisivos dado que, para poder lograr dichos niveles, se deben implementar políticas sociales que afecten las tasas de fertilidad. La población humana nunca se ha equilibrado, y nunca se equilibrará, de forma automática a ningún nivel. No existe un mecanismo de realimentación para poder mantener tasas de nacimientos y fallecimientos idénticas. . Desde tiempos prehistóricos, las sociedades controlaron las tasas de fertilidad y mortalidad mediante diversas prácticas culturales sólo hasta cierto punto (Harris & Ross, 1987). En el futuro, las sociedades deberán continuar manipulando estas tasas para poder alcanzar los objetivos demográficos deseados. También es importante que las sociedades alcancen cuanto antes un consenso acerca de cuáles serán esos objetivos, porque debido al impulso del crecimiento actual de la población ésta se duplicará antes de que sea posible una disminución (UNFPA, 1992 – Fondo de Población de las Naciones Unidas).


Estos comentarios son una contribución al diálogo y fueron expuestos en el Primer Congreso Mundial sobre Población Optima -First World Optimum Population Congress- (Londres, Reino Unido, 1993). Lo que sigue es una exposición que hacemos en conjunto, acerca de cómo puede lograrse esa cantidad óptima (sin un orden en especial).
 

  • Una cantidad óptima no equivale a la cantidad máxima de personas que puede amontonarse en la Tierra de forma simultánea. Para que la cantidad máxima fuera viable, se debería proveer de vivienda y alimentos con métodos parecidos a los que se utilizan para la producción de pollos, y en el procesoinevitablemente se perdería la capacidad de carga del planeta a largo plazo.. Podrían existir muchos más seres humanos en el caso de que se mantuviera un crecimiento poblacional sostenible por miles de millones de años, pero no en el caso de que la actual población hiciera explosión y la capacidad del planeta para soportar las futuras generaciones fuera rápidamente consumida. Por lo tanto, la cantidad óptima dependerá de la calidad de vida deseada y de los impactos del consumo per-cápita correspondientes al estilo de vida de los sistemas del planeta.La cantidad óptima de población debe ser lo suficientemente pequeña como para garantizar los elementos físicos mínimos indispensables para que todos alcancen un nivel de vida decente (ver Ehrlich et al., 1993)aunque de todas formas haya una distribución de riqueza y recursos injusta y exista incertidumbre acerca de las tasas a largo plazo, la extracción de recursos y el impacto medioambiental. Estamos de acuerdo con Nathan Keyfitz (1991): “Si hay algo que sabemos a ciencia cierta basándonos en conocimientos empíricos, es que las malas políticas son generalizadas y persistentes. La ciencia social es la responsable de ellas”. La grosera e injusta distribución de riqueza y recursos básicos imperante es extremadamente desestabilizadora y conflictiva. Si bien a todos nos conviene acortar la brecha entre ricos y pobres, somos escépticos ante la posibilidad de que se puedan superar las desigualdades sociales y económicas. Por lo tanto creemos que la cantidad óptima debe ser fijada teniendo en cuenta el egoísmo y la miopía mental que caracteriza a los seres humanos. Se debe realizar un ajuste en la cantidad óptima para resguardarnos de las caídas del flujo sostenible de recursos que se lleva a cabo desde el medioambiente hacia la economía, tanto naturales como las que son inducidas por el hombre y contra el aumento de residuos producidos por los humanos, que claramente nos perjudican.  
  • Los derechos humanos básicos en el ámbito social (como la libertad contra el racismo, el sexismo, la persecución religiosa, y la desigualdad económica) deben resguardarse de los problemas generados por la existencia de demasiados seres humanos. Todos deben tener acceso a la educación, asistencia médica, higiene y oportunidades económicas; pero estos derechos fundamentales son difíciles de garantizar a grandes poblaciones, especialmente a aquellas que crecen muy rápido. Los derechos políticos también dependen del crecimiento poblacional, a pesar de que esto se reconoce muy pocas veces (Parsons, 1977). Las democracias parecen funcionar mejor cuando la población es pequeña en relación con sus recursos; la libertad individual tiende a restringirse en áreas densamente pobladas y/o con recursos escasos. 
  • Creemos que la cantidad óptima de población debe ser lo suficientemente alta como para asegurar la viabilidad de poblaciones dispersas en el globo y así preservar y fomentar la diversidad cultural. Es harto obvio que la cultura “occidental” dominante y en expansión no cuenta con todos los secretos para la supervivencia a largo plazo (Ehrlich, 1980), ni que hablar de la monopolización del mercado. Creemos que la diversidad cultural es una característica importante de nuestra especie. Desafortunadamente muchas culturas practicadas por pequeños grupos están en peligro o siendo absorbidas por la cultura dominante con su tecnología de avanzada y sus medios de información seductores, o en el peor de los casos, están siendo destruidas deliberadamente debido a la intolerancia social o conflictos sobre los recursos. 
  • La cantidad óptima de población debería ser lo suficientemente alta como para permitir la existencia de una “masa crítica” en cada área densamente poblada en donde se estimule la creatividad intelectual, artística y tecnológica. Si bien la creatividad puede sucederse en áreas escasamente pobladas, muchos emprendimientos culturales requieren un nivel de especialización, comunicación y apoyo financiero que se ve facilitado por la infraestructura social característica de las ciudades. 
  • La cantidad óptima de población debe también ser lo suficientemente pequeña como para asegurar la preservación de la biodiversidad. Este criterio está motivado tanto por consideraciones egoístas como éticas. La humanidad se beneficia de otras especies de forma directa, incluyendo los placeres estéticos y de recreación, la industria farmacéutica y la mismísima base y seguridad de la producción agrícola. Asimismo, la actividad humana se sirve de una enorme variedad de servicios gratuitos provistos por ecosistemas naturales sanos, cada uno de ellos con diferentes componentes claves de la biodiversidad (Ehrlich & Ehrlich, 1992)., Somos la especie dominante del planeta, y creemos que proteger la existencia de los únicos seres vivos que nos acompañan en este universo es un deber moral del Homo Sapiens.

Termodinámica y sostenibilidad de la producción de alimentos

Erwin Schrodinger (1945) ha descrito la vida como un sistema en un estado de constante desequilibrio termodinámico, que mantiene una distancia constante de equilibrio (la muerte) a base de alimentarse de la baja entropía de su ambiente, es decir, intercambiando las salidas de alta entropía con las entradas de baja entropía. La misma definición se podría aplicar, palabra por palabra, a nuestro proceso económico. El corolario de dicha afirmación es que un organismo no puede vivir en un medio compuesto de sus propios productos de desecho. (Daly y Townsend).

Por Jay Hanson. Revisado el 4.12.1997
Traducido por Pedro Prieto y revisado por Manuel Talens



Toda la materia y la energía del universo están sujetas a las leyes de la termodinámica. En la disciplina de la Economía Ecológica, los sistemas están delimitados, de forma que le dan sentido. ¿Qué tiene que ver la termodinámica con la sostenibilidad de la producción alimentaria?
El potencial termodinámico es una medida de la capacidad del sistema para realizar un trabajo. Las dos principales formas de almacenamiento del potencial termodinámico son la “energía” (por ejemplo, un barril de petróleo) y el “orden” (por ejemplo, agua potable limpia y una gruesa capa vegetal en la tierra).[1]
“La ‘entropía’ es la medida de la indisponibilidad de energía: la entropía del petróleo aumenta según éste se quema. Se puede ver también la entropía como la medida de desorden de un sistema: el agua contaminada, que reduce el rendimiento de las cosechas, tiene una mayor entropía que esa misma agua sin contaminar, y la entropía de la capa vegetal del suelo aumenta cuando se erosiona, cuando se encharca o se degrada por el regadío que “conduce inevitablemente a la salinización de suelos y aguas”.[2] [3] La entropía creciente de nuestro sistema alimentario está reduciendo el potencial del sistema para realizar trabajo (para producir alimentos).
Los sistemas sostenibles son “circulares” (las salidas se convierten en entradas); todos los sistemas físicos lineales tienen que tener un fin.[4]
La agricultura moderna aumenta la entropía de todas sus fuentes; esto es, de la energía, del suelo y del agua terrestre) y sus sumideros (el agua, el suelo y la atmósfera). Por lo tanto, la moderna agricultura no es circular y no se puede sostener.
Consideremos una de las más importantes variables limitadoras: la energía.[5] Los alimentos cerealeros que se producen con métodos de alto rendimiento (incluido el empaquetado y la entrega) contienen ahora entre cuatro y diez calorías de combustible fósil por cada caloría de energía solar.[6] En los años setenta, se estimaba que en torno al 4 por ciento del presupuesto energético nacional se utilizaba para cultivar alimentos, mientras que se necesitaba entre el 10 y el 13 por ciento para ponerlo en nuestros platos.[7]
NO existe un sustituto para la energía. Aunque la economía trata la energía exactamente como cualquier otro recurso, NO es como cualquier otro recurso. La energía es la condición previa para [que existan] TODOS los demás recursos; el petróleo es la forma más importante de energía que tenemos y supone en torno al 38 por ciento del suministro mundial de energía.
NINGUNA otra fuente de energía iguala las cualidades intrínsecas de extracción, transporte, versatilidad y coste. Esas son las cualidades que permitieron al petróleo sustituir al carbón como fuente de energía principal para el mundo industrializado a mediados del siglo XX y es tan importante hoy como lo era entonces.
Hace cuarenta años, el geólogo M. King Hubbert desarrolló un método para predecir la producción futura de petróleo y concluyó que la producción en los 48 estados de los EE.UU. (N. del T.: en inglés, “lower 48”, que son los estados continentales de los EE.UU., con exclusión de Alaska) llegaría a su cenit hacia 1970. Aquellas predicciones han probado ser sorprendentemente precisas. Tanto el acumulado total como el cenit han crecido ligeramente en comparación con las estimaciones originales de Hubbert, pero la fecha del cenit y la tendencia general de la caída de la producción han resultado correctas.[8]
En marzo de 1996, el Instituto de los Recursos Mundiales (World Resources Institute), publicó un informe que decía:
“Dos conclusiones importantes surgen de esta discusión. Primero, si persiste el crecimiento de la demanda mundial en un modesto 2 por ciento anual, la producción podría comenzar a declinar hacia el año 2000. Segundo, incluso aunque se den enormes aumentos del petróleo estimado como finalmente recuperable (lo cual es poco probable), apenas darían para algo más de otra década (desde 2007 a 2018). En resumen, a menos que se reduzca de forma muy acusada el crecimiento previsto de la demanda, la producción de petróleo comenzará pronto su largo declive y, con seguridad, en las dos próximas décadas.[9]
¡Bien por el petróleo! ¿Deberíamos alarmarnos? ¡SÍ! La moderna agricultura –de hecho, toda la de la civilización moderna– exige flujos masivos e ininterrumpidos de energía basada en el petróleo. Por ejemplo, la Agencia Internacional de la Energía estima que la demanda mundial de petróleo crecerá desde los actuales 68 millones de barriles diarios hasta 76 millones hacia el año 2000 y 94 millones en 2010.[10] ¿Qué sucederá cuando la demanda de petróleo supere la máxima producción posible?
Para entender verdaderamente las causas subyacentes y las implicaciones del agotamiento del petróleo, hay que reflexionar sobre el “coste en dólares” de petróleo y echar un vistazo al “coste energético” de éste. Se observa que el coste energético del petróleo de uso doméstico ha ido subiendo de forma dramática desde 1975.[11] A medida que el petróleo resulta más difícil de descubrir y extraer de la tierra, se necesita más y más energía para obtener un barril. En otras palabras, el aumento del coste energético de la energía se debe al incremento de la entropía (desorden) en nuestra biosfera.
Los optimistas tienden a suponer que la cualidad de la energía que utilizamos (es decir, que sea líquida en vez de sólida) no es significativa, que existe una cantidad infinita de capital social disponible para investigar y producir energía y que también existe un flujo infinito de energía solar disponible para uso humano. Los realistas saben que ninguno de esos supuestos es cierto.
De hecho, TODOS los métodos alternativos de producción de energía necesitan consumir petróleo y están sujetos a los mismos aumentos inevitables de la entropía. Por lo tanto, NO hay solución al problema de la energía (entropía o desorden) y la crisis mundial de la energía-alimentos es inevitable.
Cuando ya no se puedan subsidiar por más tiempo la agricultura moderna con aportaciones masivas de energía fósil (pesticidas y fertilizantes extraídos del petróleo, combustible para la maquinaria, empaquetado, distribución, etc.) ¡los rendimientos caerán por debajo de los valores anteriores a la Revolución Verde![12] Es más, miles de millones de personas podrían morir en siglo XXI, cuando los EE.UU. ya no puedan exportar alimentos[13] y una hambruna masiva barra la Tierra.[14]


 
¿Podemos hacer algo?
Podríamos aminorar el sufrimiento si todos los seres humanos sobre la Tierra cooperásemos por el bien común. Pero, dado que los sistemas políticos sirven exclusivamente a los erráticos muchachos de las corporaciones, podemos considerarnos muertos.
OLEADA DE PODER (POWER SURGE) Cristopher Flaven y Nichols Lenssen, Worldwatch Institute, 1994. Pág. 289. Producción Global de Petróleo, del WRI.
· Si se considera la experiencia de los últimos cien años en los EE.UU., la utilización del combustible y la producción económica están estrechamente relacionadas. Una importante medida de la eficiencia del combustible es la relación entre la utilización de la energía con el Producto Nacional Bruto, o E/PNB. La relación E/PNB ha caído un 42% desde 1929. Se ve que la mejora de la eficiencia energética se debe principalmente a tres factores: (1) Cambios a combustibles de mayor calidad, como el petróleo y la electricidad primaria; (2) cambios en el uso de la energía entre las viviendas y otros sectores y (3) mayores precios de la energía. La cualidad de la energía es, de lejos, el factor dominante. http://dieoff.com/page17.htm#ENERGY
· “En 1989, la relación entre reservas y producción del gas natural era de 60 años, lo que significa que si las reservas actuales se siguen utilizando al ritmo de 1989, durarían hasta el año 2050. Pero hay dos cosas que hacen que estas simples extrapolaciones resulten erróneas. Una es que se descubrirán más reservas; la otra, que la utilización futura no será constante.”
· “A modo de ilustración, el suponer que se descubrirá suficiente gas recuperable, de forma que al ritmo de consumo de 1990 dure no sesenta, sino doscientos cuarenta años, es una estimación generosa. El consenso general es que las reservas que aún están por descubrir serán de aproximadamente el mismo tamaño que las reservas probadas actuales y existe una tendencia sistemática, para sobrestimar las estimaciones de recursos de combustibles fósiles, con respecto a las cantidades que finalmente se obtienen. Si la tasa de consumo se mantiene como en 1990, las reservas de gas bajarían de forma lineal y durarían 240 años. Pero si el consumo sigue creciendo a la tasa con que ha crecido en los últimos veinte años, es decir, de un 3,5 % anual, las reservas de 240 años caerían de manera exponencial y no se agotarían en 2230, sino en 2054; no durarían 240, sino 64 años.”
· “Si, con vistas a reducir algunas formas de contaminación y evitar el agotamiento del petróleo, el mundo se volcase al gas natural para soportar la carga que ahora soporta el petróleo y el carbón, la tasa de crecimiento sería mayor del 3,5%. Si fuese del 5% anual, el suministro de 240 años, se agotaría en 50 años (págs. 70-71).
MÁS ALLÁ DE LOS LÍMITES (BEYOND THE LIMITS), Meadows et al.; Chelsea Green Publishing Company, 1992. 800-639-4099, 603-448-0317. Fax: 603-448-2576; ISBN 0-930031-62-8
PAÍS GRADO DE DEGRADACIÓN
China La erosión afecta a más de la tercera parte del territorio de China, unos 3,67 millones de Km2. El la provincia de Guangxi, más de un quinto de los sistemas de regadío están destruidos o completamente obstruidos por la erosión de los suelos. La salinización ha disminuido los rendimientos de las cosechas de 7 millones de hectáreas; el uso de aguas residuales urbanas no tratadas ha dañado seriamente 2,5 millones de hectáreas y cerca de 7 millones de hectáreas están contaminadas por los desechos industriales.
Rusia El área erosionada aumenta en 400.000 o 500.000 hectáreas cada año y ahora afecta a las dos terceras partes de la tierra arable de Rusia. La erosión del agua ha creado unos 400.000 barrancos que ocupan 500.000 hectáreas.
Irán Se estima que casi toda la tierra agrícola de Irán (el 94%) está degradada, la mayor parte entre un grado moderado y fuerte. La salinización afecta a unos 16 millones de hectáreas de cultivos y ha eliminado al menos 8 millones de hectáreas de producción.
Pakistán Los barrancos ocupan un 60 por ciento de los 1,8 millones de hectáreas de la meseta de Pothwar. Más del 16 por ciento de la tierra agrícola sufre de salinización. En total, más del 61 por ciento de la tierra agrícola esta degradada.
India La degradación afecta a un cuarto de la tierra agrícola de la India. La erosión asociada con los cambios de cultivos ha despojado (de tierra vegetal) unos 27.000 km2 de tierra al este de Bihar. Al menos 2 millones de hectáreas de tierras salinizadas han tenido que ser abandonadas.
Haití El 32 por ciento de la tierra es adecuada para la agricultura, pero se cultiva el 61 por ciento. Una grave erosión ha eliminado unas 6.000 hectáreas de cultivos anuales desde mediados de los años ochenta.
Australia Hay más de 4,5 millones de hectáreas de secano –el 10 por ciento de toda la tierra cultivable– y más del 8 por ciento de las tierras de regadío están afectadas por la salinización. El área que se ha secado por efecto de la salinización se duplicó entre 1975 y 1989.
Estados Unidos Sistema acuífero de las altas planicies Hasta la fecha, el agotamiento neto de este gran acuífero se acerca al 20 por ciento de toda la tierra de regadío de los EE.UU. y totaliza unos 325.000 millones de metros cúbicos, aproximadamente unas 15 veces el flujo anual del río Colorado. Más de dos tercios de este agotamiento se ha dado en las altas planicies de Texas, en dondeel área de regadío disminuyó un 26 por ciento entre 1979 y 1989. El agotamiento actual se estima en unos 12.000 millones de metros cúbicos anuales.
Estados Unidos
California
El agua subterránea tiene un déficit de 1.600 millones de metros cúbicos anuales, lo que supone el 15 por ciento del total de la utilización anual de agua subterránea. Dos terceras partes del agotamiento tienen lugar en el Valle Central, la reserva de frutas y verduras del país (y, de alguna forma, del mundo).
Estados Unidos
Sudoeste
El bombeo excesivo totaliza, solamente en Arizona, 1.200 millones de metros cúbicos anuales. Al Este de Phoenix, los acuíferos han descendido más de 120 metros. Las previsiones para Alburquerque, Nuevo México, muestran que si la extracción del agua subterránea continúa al ritmo actual, los acuíferos descenderán unos 20 metros adicionales hacia 2020.
Ciudad de México y Valle de México El bombeo supera a la recarga natural en un 50-80 por ciento lo que ha provocado el descenso de los acuíferos subterráneos, su compactación, el hundimiento del terreno y el daño de las estructuras de la superficie.
Península Arábiga La utilización del agua subterránea es tres veces superior a su recarga. Arabia Saudita depende del agua no renovable en un 75 por ciento, lo que incluye el regadío de 2-4 millones de toneladas de trigo anuales. A los ritmos previstos de agotamiento en los años noventa, las reservas de agua subterránea se agotarán en cincuenta años.
África del Norte El agotamiento neto de Libia alcanza los 3.800 millones de metros cúbicos anuales. Para el norte de África en su totalidad se estima que el agotamiento alcanza los 10.000 millones de metros cúbicos anuales.
Israel y Gaza El bombeo del acuífero de la planicie costera que bordea el Mar Mediterráneo excede a su recarga en un 60 Por ciento. El agua salada ha invadido el acuífero
España Un quinto del agua subterránea total, o 1.000 millones de metros cúbicos anuales, es insostenible.
India Los acuíferos subterráneos del Punjab, que es el granero de la India, están descendiendo unos 20 centímetros anuales en dos tercios del estado. En Gularat, los niveles de agua subterránea cayeron un 90 por ciento en los pozos observados durante los años ochenta. Ha habido grandes disminuciones en Tamil Nadu.
Norte de China El acuífero que discurre bajo parte de Beijing ha caído 37 metros en las últimas cuatro décadas. La sobreexplotación está generalizada en las planicies del norte de China, una importante región cerealera.
Sudeste Asiático Hay una importante sobreexplotación en Bangkok, Manila y Yakarta, así como en sus alrededores. El bombeo excesivo ha provocado el hundimiento del suelo en Bangkok unos 5-10 centímetros por año durante las ultimas dos décadas.


Worldwatch Institute. Documento número 132, Sandra Postel, septiembre de 1996. Páginas 20-21

Notas
[1] Con el desarrollo de la segunda ley, la termodinámica se enfrentó a la cuestión general de identificar la dirección del cambio de todos los sistemas y procesos. La entropía del sistema y lo que la rodea es la clave para responder a esta cuestión. Gran parte de los esfuerzos sobre termodinámica de finales del siglo XIX y del XX estuvieron orientados a reformular el criterio de la entropía creciente del sistema y su entorno, en busca de nuevas propiedades del sistema aislado. Las ideas evolucionaron hacia la invención de potenciales termodinámicos, cantidades análogas a los potenciales en mecánica y electricidad, cuyos cambios son iguales al mejor comportamiento posible de un sistema o proceso, tanto del trabajo que un sistema pueda hacer, como del calor que puede transportar. Las nuevas propiedades son las de las energía libres de Helmholtz y Gibbs...Son las que se utilizan de forma más generalizada para los potenciales termodinámicos. Son funciones de estado, que ponen límites a un proceso variable, a la cantidad de trabajo que puede hacer un proceso cuando funciona dentro de unas condiciones determinadas”. Pág. 93 (ENTENDIENDO LA ENERGÍA (UNDERSTANDING ENERGY), Berry; World Scientific, 1991. ISBN 981-02-0342-X Ver también http://dieoff.com/page17.htm#POTENTIAL
[3] págs. 42-43 LA ENERGÍA Y LA ECONOMÍA ECOLÓGICA DE LA SOSTENIBILIDAD (ENERGY AND THE ECOLOGICAL ECONOMICS OF SUSTAINABILITY) John Peet; Island Press, 1992. ISBN 1-55963-160-0 Tel 0-800-828-1302 ó 707-983-6432: Fax 707-983-6164 http://www.islandpress.com
[4] “El valor material se produce al concentrar y estructurar la materia en formas útiles. Aunque debido a la ley natural de que “todo se dispersa” (la segunda ley de la termodinámica), todas las actividades productivas causarán siempre una mayor dispersión y desorden por doquier. Las células de las plantas son los dispositivos que crean valor en la biosfera, puesto que se oponen a la ola de constante decadencia, al utilizar la energía del sol. La otra ley de la naturaleza “nada desaparece” (la ley de la conservación de la materia) muestra que cada átomo tiene solo dos posibilidades: o se convierte en un nuevo recurso o acumula desechos” Karl- Henrik Robert. Ver http://eco-ops.com/eco-ops/nbl/nbl.3.12.html
[7] Pág. 172. DESPUÉS DEL PETRÓLEO (BEYOND OIL), Gever et al.; University Press Colorado, 1991. ISBN 0-87081-242-4. Tel. 303-530-5337
[12] Los rendimientos serán inferiores a los de antes de la Revolución Verde, debido a que :
1. La capacidad de la tierra para soportar la agricultura ha sido reducida considerablemente por las prácticas agrarias inadecuadas (destrozando y no cuidando la tierra)
2. 2. La erosión y la retirada de la vegetación ha reducido la calidad y la cantidad de los suelos
3. Los recursos acuíferos (incluso más allá del agua fósil, con el agua terrestre) han disminuido y
4. Las semillas adecuadas para una agricultura sostenible, ya no están disponibles ni se dispone de ellas en cantidades suficientes.
Ver también pág. 27 Gever et al., 1991
[13] Pimentel estimaba en 1994 que sucedería en el 2025. Ver http://dieoff.com/page40.htm
[14] “Finalmente la inversión no puede equilibrar a la depreciación (la inversión y la depreciación física, no monetaria). La economía no puede dejar de colocar su capital en la agricultura y en el sector de los recursos; si lo hiciese, la escasez de alimentos, materiales y combustibles, restringiría aún más la producción. Por ello, el capital en plantas industriales comienza a disminuir, llevándose con él los sectores agrícolas y de servicios, que se hayan hecho dependientes de los aportes industriales. A corto plazo, la situación llega a ser especialmente seria, porque la población sigue aumentando, debido a las inercias inherentes a la estructura de edad y los procesos de ajuste social. Finalmente, la población también comienza a caer y la tasa de muertes aumenta, por la falta de alimentos y servicios sociales”. Pág. 133, Meadows, et al. MÁS ALLÁ DE LOS LÍMITES (BEYOND THE LIMITS); Chelsea Green Publishing Company, 1992. ISBN 0-930031-62-8 Tel: 800-639-4099 ó 603-448-0317; Fax: 603-448-2576; http://www.unh.edu/ipssr/BTL.html

lunes, 6 de junio de 2011

En 2011, la Argentina consumirá más gas y petróleo del que produce

Las exportaciones y las menores inversiones forzaron a que el país dependa más de las importaciones y pague precios más altos.

En una muestra más del país pendular, la Argentina pasó en pocos años de ser exportadora de petróleo y gas a convertirse en importadora de estas fuentes de energía. La falta de previsión de largo plazo y de inversiones de magnitud formaron el caldo de cultivo para que, este año, el país pierda su autoabastecimiento energético.
En materia de energía, 1988 marcó un punto de inflexión. Aquel año se alcanzó la independencia, en un contexto en el que la producción era tan alta que alcanzaba para cubrir la demanda interna y, además, quedaba saldo exportable. Pero la producción de petróleo se contrajo un 27% entre 1998 y 2010. En el caso del gas, la disminución fue del 10% entre 2004 y 2010, según la consultora Econométrica.
Son varias las razones que explican el paso del autoabastecimiento a los umbrales de la crisis energética. La extracción de petróleo llegó a un máximo de 49,1 millones de metros cúbicos en 1998 (ver infografía). Desde entonces, la producción comenzó a caer, aunque la exportación siguió fluyendo. Econométrica señala que, a los actuales niveles de producción, entre 1990 y 2010, se exportaron 5 años de reservas de crudo y 4 años de gas. En paralelo con la caída de las reservas se cortó el ciclo de la energía barata en el mundo y las importaciones se volvieron aún más caras.
Los especialistas coinciden en que, en este rubro, la independencia terminó. El economista Ramiro Castiñeira menciona que, entre 1990 y 2010, el petróleo crudo exportado generó ingresos por US$36.000 millones. “Ahora que la Argentina perdió la condición del autoabastecimiento, si se quiere importar la misma cantidad de crudo a los precios actuales deberían pagarse US$114.000 millones”. “La Argentina, después de 20 años, ha perdido su condición de país autosuficiente en materia energética”, sentencia un documento elaborado por los secretarios de energía previos al kirchnerismo. “El país dispone de menos de 8 años de reservas gas y petróleo”, dice Econométrica. Y postula que este año “se consumirá más gas y petróleo del que se está produciendo”.


A principios de la década del 80, la producción local de gas superaba los 13.000 millones de metros cúbicos y había 45 años de reservas. En 1996, se extraían 36.000 millones de metros cúbicos y las reservas bajaron a más de la mitad: 20 años. Al igual que en el caso del petróleo, como ese excedente superaba la demanda interna, el gas comenzó a exportarse. El máximo nivel de producción llegó en 2004, con 52.200 millones, suficiente para abastecer al consumo interno y batir récords de exportación al mismo tiempo. Para ese momento, las reservas cayeron a 12 años, “no por falta de inversiones, sino por la autorización oficial a empresas privadas a exportar un recurso estratégico y no renovable, sin limitación alguna”, dice Castiñeira.
Hace siete años, el nivel de producción comenzó a caer. En esto, según los analistas, el congelamiento tarifario fue una de las razones. Econométrica apunta que “los precios internos desfasados del contexto internacional estimularon el sobreconsumo de la energía, pero no la inversión en exploración”. Con el crecimiento de la economía, la demanda doméstica de gas aumentó 30% entre 2004 y 2009. Así, las exportaciones se contrajeron para poder abastecer a la demanda local. Y, adicionalmente para cubrir la demanda doméstica, en 2004 se reinició la importación de gas desde Bolivia y desde 2008 se sumó la importación de Gas Licuado de Petróleo (GLP). Esto ayudó a paliar que las reservas bajarán a un mínimo de 8 años y la producción decreciera 10%.



 
Según la consultora Ecolatina, la participación del gas natural en la matriz energética argentina supera el 50%, cuando en el mundo es del 20%. “Desde 2005, la producción cae a un ritmo promedio del 1,8% anual por la elevada madurez de los yacimientos existentes y la escasa incorporación de nuevos pozos. Así, la oferta local de gas no alcanza para abastecer la creciente demanda”, sostiene el economista Rodrigo Alvarez.
La pérdida del autoabastecimiento de gas y petróleo es crucial porque la oferta primaria de energía en el país depende casi exclusivamente de los hidrocarburos. El documento firmado, entre otros, por Alieto Guadagni, Daniel Montamat y Jorge Lapeña precisa que los hidrocarburos constituyen el 90% de la toda la energía primaria consumida por la Argentina. “Por lo tanto, tener un problema en cualquier punto de la cadena productiva constituye un serio inconveniente”, sostienen.
El documento carga las tintas sobre las deficiencias de la actual administración. Menciona que, a pesar de los altos precios actuales del crudo, “el corto plazo de la política petrolera vigente y la incertidumbre que genera la intervención discrecional a futuro alientan la sobreexplotación de los yacimientos que ya están en producción”.
“La disminución de las reservas está asociada a la falta de inversión de riesgo; y la insuficiente inversión de riesgo, a la falta de una política publica adecuada”, dice el documento de los ex secretarios. Y remarcan que con la disminución del stock de reservas de petróleo y gas, “la Argentina se ha descapitalizado en más de 100.000 millones de dólares a valores de reposición actuales”.
Pero otros analistas indican que las culpas también hay que rastrearlas en las administraciones anteriores. “La peor decisión fue privatizar YPF”, sentencia Castiñeira. “La responsabilidad no sólo recae sobre esta década, sino también en la década previa, que despojó al Estado de las empresas energéticas estratégicas, agitando banderas de libre mercado pero también de evidente corto plazo, sólo para financiar la fantasía llamada convertibilidad”, opina.
La pérdida de la independencia energética se debe a que “se priorizaron las actividades de corto plazo, como la extracción, por sobre las de mayor riesgo, como las exploratorias”, dice Horacio Lasarte, de Abeceb.
El adiós al autoabastecimiento también pega en la balanza comercial. El saldo favorable en la cuenta energética explicaba el 40% del superávit en 2004. La consultora Ecolatina dice que “en 2010, el superávit comercial de combustibles y energía fue el más bajo en quince años”. Así, las cantidades exportadas descendieron a niveles de 1993, mientras que las cantidades importadas alcanzaron un récord en 2010. La conclusión es que “la distorsión en las tarifas y la falta de un plan estratégico están impactando en la economía. Además, se deteriora sostenidamente a los superávits gemelos”, en referencia a los saldos de la cuenta fiscal y de la cuenta comercial.
En abril pasado y por primera vez, el intercambio comercial de combustibles fue deficitario. “En los últimos doce meses, el superávit comercial del rubro se ubicó en sólo US$512 millones y se encamina a cerrar el año con déficit”, sostiene la consultora C&T Asesores Económicos.



 Fuente: Diario Clarín



viernes, 3 de junio de 2011

Richard Heinberg: The Party’s Over (Se acabó la fiesta)

Reseña por Francisco González


El libro de Richard Heinberg “The Party’s Over” (New Society Publishers, 2003, Gabriola Island, BC, Canadá) documenta las bases y consecuencias de la predicción de un grupo de geólogos relacionados con la industria del petróleo: el hecho de que la producción mundial de petróleo está a punto de alcanzar su cenit. Los cálculos más fiables, basados en las reservas conocidas y el ritmo de consumo y de descubrimiento de nuevos yacimientos, indican que este techo es inevitable e inminente, y se alcanzará entre los años 2004 y 2012. A partir del momento en que se alcance, la cantidad neta de petróleo disponible comenzará a disminuir de manera inexorable año tras año. El libro examina también las implicaciones económicas y sociales de este acontecimiento. Puesto que el cambio representará la entrada en un conjunto de condiciones completamente nuevas dentro de la sociedad industrial, el análisis de sus consecuencias tiene un carácter inevitablemente conjetural. Se examinan las opciones disponibles (entre ellas las fuentes de energía alternativas al petróleo) y las medidas que sería necesario empezar a tomar inmediatamente para atenuar, en lo posible, la severidad de las consecuencias.
Desde la crisis del petróleo de los años 70 no han faltado libros cuyo mensaje se concentra en la necesidad de reducir el uso de energía, generalmente por motivos de preservación del medio ambiente. Consciente de esta noble tradición, Heinberg nos advierte que el suyo no es un libro más de este tipo. Y no lo es porque la reducción del consumo de energía pronto habrá dejado de ser algo optativo, para convertirse en una necesidad inevitable, desde el momento en que se alcance el techo de producción y se entre en el lado descendente de la curva. La cuestión será cómo controlar esa reducción y las inevitables consecuencias económicas que tendrá.
En su introducción, Heinberg distingue cuatro ‘voces’ principales en el coro que trata este asunto. La primera, la más optimista y difundida (hasta ahora) por los medios de comunicación, es la de los economistas neoliberales, para quienes nada puede escapar al poder reparador de las Fuerzas del Mercado. Según este grupo, un aumento en la demanda hará subir los precios y ‘estimulará’ la producción y el descubrimiento de nuevos yacimientos y fuentes alternativas. Ciertas sectas de esta doctrina pretenden incluso que cuánta más energía se use, más energía habrá disponible. Un premio Nobel de Economía, Robert Solow, aseguró que, llegado el caso, “el mundo podría, en efecto, arreglárselas sin recursos naturales”. [Frases de necedad comparable a la anterior no son infrecuentes entre economistas, y quienes se sorprendan de que una persona que diga estas cosas pueda recibir un premio Nobel deberían reexaminar su respeto por estas solemnes ceremonias y recordar, por ejemplo, que Henry Kissinger, el promotor principal de los bombardeos más ensañados, largos y mortíferos de la historia, y responsable de la muerte de más de tres millones de personas en Indochina, recibió el premio Nobel de la de la PAZ poco después de haber concluido el grueso de sus labores de exterminio.]
Otra voz bastante ‘estridente’, según Heinberg, es la de los protectores del medio ambiente, quienes, en comparación con la importancia de la causa que defienden, no parecen percatarse con demasiada claridad de las consecuencias de una drástica disminución de la cantidad de energía disponible dentro del sistema económico actual, o bien creen, como los economistas, que no habrá tal disminución.
La tercera voz es la de un grupo de geólogos independientes de la industria del petróleo, cuyos cálculos parecen dejar poca duda de que el techo de producción está a punto de alcanzarse. En realidad se ha alcanzado ya en la mayoría de los países productores, excepto los de Oriente Medio.
Los dos primeros capítulos dan una descripción general de la historia de las sociedades humanas (y animales) en relación con la energía disponible en su entorno, y la historia de la era industrial (el siglo 20) entendida como un intervalo cortísimo, y totalmente anómalo, de energía abundante y barata. El capítulo 3 presenta la información clave del libro: los cálculos de las reservas de petróleo y el momento en que se alcanzará el punto máximo de producción. El capítulo 4, sin duda el más inquietante, examina las consecuencias. Para entender por qué una reducción progresiva de la cantidad de energía disponible será probablemente responsable de un colapso económico y social sin precedentes (Heinberg usa la palabra colapse no en el sentido de desmoronamiento súbito y caótico, sino más bien de un deterioro gradual y constante de todo el sistema), tal vez la fuente más clara sea M. King Hubbert, quien en los años 50 predijo con gran precisión que el techo de producción en Estados Unidos ocurriría alrededor de 1970, como así fue.
Para Hubbert, entre las contradicciones que pueblan la sociedad industrial, la más fatal acabará siendo la que resulta de la coexistencia de dos sistemas completamente incompatibles: el primero se basa en la suma de conocimientos acumulados sobre el mundo físico y las propiedades de la relación entre la materia y la energía; el segundo es el sistema financiero-económico, que evolucionó por su propio camino y se rige por sus propias leyes (dentro de las cuales son comunes declaraciones absurdas como la mencionada anteriormente), leyes que exigen y presuponen un crecimiento continuo. Durante los últimos 150 años, ambos sistemas han podido mantener este crecimiento sostenido, esencial para su coexistencia, debido a la abundancia de energía fósil no renovable, es decir, algo completamente fuera del curso normal de circunstancias en la historia de la especie humana. El uso de energía ha ido aumentando año tras año en consonancia con el crecimiento económico, y esto ha permitido que la incompatibilidad de ambos sistemas se haya mantenido más o menos oculta. Para Hubbert, la única manera de evitar el caos resultante del declive energético sería rehacer completamente el sistema monetario-financiero de forma que deje de depender del crecimiento continuo para concentrarse en el proceso contrario: el encogimiento. Para Heinberg, el aspecto más evidente de la dependencia del crecimiento continuo es el sistema monetario. La mayoría de los países tienen un sistema financiero en el que prácticamente todo el dinero se crea a través de la emisión de préstamos. Heinberg señala que a menudo le resulta difícil hacer entender esto a sus alumnos: la idea de que el dinero es, en sus palabras “una entidad ficticia creada por los bancos, a partir de la nada, para facilitar el mantenimiento de las cuentas”. Si todo el dinero en circulación representa préstamos, cabe preguntarse de dónde sale el dinero para pagar los intereses de esos préstamos. El único sitio de donde puede salir es de otros préstamos, y así sucesivamente. Ahora bien, si este sistema de crecimiento-deuda perpetuo se ve perturbado o impedido por la falta de cooperación del sistema físico para sostenerlo mediante un aumento constante del suministro de energía, el resultado probable es más bien sombrío, debido sobre todo a la irracionalidad inherente del sistema económico-financiero, el cual es capaz de entrar en crisis profundas incluso durante períodos de gran abundancia de recursos y mano de obra. El ejemplo más patente fue la gran depresión de los años 30, época en la que no faltaban recursos y cosas que hacer, y millones de personas sin empleo con ganas de hacerlas, pero el sistema, en su completa irracionalidad, no permitía la conjunción de la mano de obra con el trabajo necesario. En teoría (pero sólo en teoría) esta misma irracionalidad podría permitir que, a la inversa, el sistema económico-financiero se comportara bien en pleno declive de la economía física. Pero esto parece muy poco probable. Lo probable, lo prácticamente seguro, es que la escasez energética desencadene agudas crisis económicas debidas al encarecimiemto de los medios de producción y la reducción de la rentabilidad de las empresas y del consumo, y conflictos bélicos cada vez más intensos para controlar las reservas que quedan.
Cuando se alcance el techo de producción de petróleo, quedará tanto petróleo bajo tierra como el que se ha extraído hasta ahora (desde 1859). La diferencia consistirá en que cada año será más difícil, o imposible, encontrar y extraer tanto petróleo como el año anterior. Será el lado descendente de la curva de producción, que necesariamente debe reflejar (con un retraso de varias décadas) la curva del descubrimiento de nuevos yacimentos, cuyo techo se alcanzó en los años 60. Aún cuando se intensificaran inmediatamente los esfuerzos para cambiar a otras fuentes de energía (lo cual parece muy poco probable) los resultados de estos esfuerzos vendrían demasiado tarde y serían, en todo caso, estrepitosamente insuficientes para prevenir el inevitable período de transición durante el cual la cantidad de energía disponible se verá drásticamente reducida. Porque es muy improbable que las fuentes de energía alternativa lleguen a reemplazar siquiera una pequeña parte de la dependencia casi total que hoy tenemos del petróleo. Acostumbrados a un régimen de crecimiento continuo durante el último siglo, los resultados de este encogimiento por venir son poco halagüeños. Heinberg pasa revista a algunos aspectos de las consecuencias previsibles.
Transporte. Tal vez la obra más colosal de la historia haya sido la construcción de millones de kilómetros de carreteras durante el siglo 20, algo que, una vez más, de ninguna manera hubiera sido posible sin el petróleo. En un mundo de carreteras deterioradas (cuando su mantenimiento en la escala actual resulte prohibitivo) por las que circularán sólo algunos vehículos especiales, pertenecientes a los pocos privilegiados que puedan permitírselos, el sistema de distribución de mercancías se vendrá paulatinamente abajo. El transporte aéreo, que hoy depende enteramente de la combustión de queroseno, tendría que emprender una transformación ingente para utilizar otros combustibles, tal vez hidrógeno. Esto suponiendo que se puedan salvar varios serios inconvenientes, entre ellos el hecho de que su volumen específico (aún reducido a estado líquido) es doce veces mayor que el del queroseno y por supuesto el hecho de que la energía neta del hidrógeno (la energía obtenida de su uso en relación con la energía utilizada para obtenerlo) es escandalosamente negativa. El resultado, en cualquier caso, será un enorme encarecimiento de los costes de transporte hasta el punto de forzar el regreso a la dependencia en la producción local de bienes y mercancías, en una especie de “globalización inversa” para la que hay poca preparación, ya que las infraestructuras de las economías de abastecimiento local han sido desmanteladas en la expansión de la economía global.
Alimentos y agricultura. La producción global de alimentos se triplicó durante el siglo veinte, reflejando aproximadamente el crecimiento demográfico en el mismo período. Este crecimiento se hizo a expensas de la utilización de cantidades cada vez mayores de energía (maquinaria, fertilizantes a base de nitrógeno producido a partir del gas natural, pesticidas, transporte y distribución de alimentos a zonas cada vez más alejadas), de manera que si por un lado la eficiencia agrícola —en términos de alimentos obtenidos por unidad de superficie cultivada— no ha hecho sino aumentar, por otro lado, la eficiencia en términos de alimentos obtenidos en relación a la energía utilizada no ha parado de disminuir, con lo que resulta que la agricultura industrial es, desde el punto de vista energético, la forma de producción de alimentos más ineficiente que haya existido jamás. La expansión y mecanización de la producción agrícola hizo posible una explosión demográfica monstruosa (de unos 1700 millones a más de 6000 millones de personas) en el espacio de poco más de un siglo. Cuando la abundancia de energía barata que facilitó esta explosión haya cesado, cabe preguntarse cuál será el número de personas que la Tierra podrá sustentar en la época de agricultura postindustrial. La pregunta es complicada, pero, según Heinberg, no sería descabellado decir que podrá sostener a un número similar al que sostenía antes de la industrialización de la agricultura. En este tema abundan las predicciones dispares. Los optimistas más audaces suelen estar subvencionados por la industria de la biotecnología, para quienes la ingeniería genética lo resolverá todo. Otros destilan un optimismo basado en niveles de austeridad completamente impensables. Así, un tal John Jevons, tras veinte años de investigaciones universitarias dedicadas a calcular la superficie mínima requerida para la producción de los alimentos necesarios para la supervivencia de una persona (sin el uso de hidrocarburos), llegó a la conclusión de que la supervivencia es posible con sólo 260 metros cuadrados por persona. El optimismo se enfría cuando comprendemos que este cálculo presupone métodos “biointensivos” para una dieta estrictamente vegetariana, sin aceites ni materia vegetal alguna para cocinar o hacer lumbre, y por supuesto sin ningún tipo de calefacción, así como el aprovechamiento de todos los desechos vegetales y humanos (incluyendo excrementos y cadáveres) para la preparación de detritus fertilizante. Este régimen superespartano permitiría, en teoría, el sustento de 7500 millones de personas. Más realista, dice Heinberg, parece la suposición de que la capacidad de sustento de la agricultura postindustrial será de unos 2000 millones de personas (y esto no tiene en cuenta la enorme degradación del suelo que ha tenido lugar en el intervalo). La diferencia entre esa cifra y el número actual de 6000 millones representa la reducción necesaria en un período bastante corto. Si esta reducción no se produce mediante programas voluntarios de descrecimiento y control de natalidad, se producirá mediante los métodos tradicionales de control demográfico. Es decir: hambrunas, epidemias y guerras en unas proporciones no conocidas hasta ahora.
La parte más floja del libro es tal vez el capítulo 6, dedicado a las recomendaciones para tratar de controlar el colapso. No es que estas recomendaciones, en conjunto, sean malas, pero muchas de ellas parecen poco aplicables a la gran mayoría de la población del planeta, sobre todo la población urbana. Heinberg recomienda, por ejemplo que la gente instale sistemas de células fotovoltaicas en sus casas El hecho de que el costo de estos sistemas resultaría prohibitivo para la gran mayoría del planeta no entra en sus comentarios. Tampoco parece pararse a pensar en la viabilidad de su recomendación cuando aconseja que la gente cultive hortalizas en su “jardín”. Uno se pregunta inmediatamente: ¿en qué jardín? ¿dónde van a plantar frijoles y berenjenas los cientos de millones de personas que viven hacinadas unas encima de otras en el asfalto de las ciudades? Y uno comprende que, al menos en estas páginas, Heinberg se dirige sobre todo a la clase media estadounidense, la que posee un terrenito detrás de la casa, dedicado normalmente a césped, que en más de la mitad del país se congela durante varios meses del año.
A pesar de estos pequeños defectos, se trata en general de un buen libro capaz de concienciar ampliamente al público sobre la magnitud del problema que se avecina, lleno de reflexiones y apartes interesantes. En un momento dado habla, por ejemplo, del "resentimiento indescriptible" que sentirán hacia nosotros las generaciones venideras, las de nuestros hijos y nietos, cuando se den plena cuenta del extravagante bacanal que organizaron sus padres y abuelos para no dejarles más que las heces en el fondo del jarro y un caos incontrolable. Nos complace vernos, dice Heinberg, como esencialmente superiores a los demás animales. Pero la especie humana, al encontrarse con el gran pastel del petróleo, triplicó su número en poco más de cien años, es decir, se ha comportado exactamente igual que las ratas o los parásitos cuando el azar pone a su alcance una fuente de alimento (energía) momentáneamente abundante: reproducción masiva hasta sobrepasar la capacidad de sostenimiento del medio en que se encuentran, y cuando esa fuente de alimento/energía se agota: colapso.
El tema está poco a poco —con cuentagotas— abriéndose paso en los medios de comunicación convencionales, aunque los pudibundos y serviles filtros por los que se rigen dichos medios no se deciden de momento a airear ciertas obviedades, por ejemplo que las cruzadas estadounidenses para llevar la “democracia” a lugares selectos del planeta obedezcan exclusivamente a su afán de acaparar las reservas de petróleo existentes, aunque la mayoría del público no parece tener grandes dificultades en ver la curiosa coincidencia geográfica entre el petróleo y los llamados “focos de terrorismo”. Es muy probable que en un plazo de unos pocos años la concienciación sobre el agotamiento del petróleo y el gas natural haya permeado los medios convencionales de noticias y sea objeto de intensos debates políticos. Es también más que probable, prácticamente seguro, que las consecuencias del inevitable declive empezarán a sentirse primero desde abajo, en los países y las clases más pobres, y que una recesión lenta pero continua comenzará en menos de una década, si no ha comenzado ya en todo el mundo industrial.
Al margen de los medios convencionales, el tema del agotamiento del petróleo y sus consecuencias es objeto de amplios debates en medios y grupos de discusión alternativos. Los más pesimistas y cínicos entre estos ven como inevitable un retroceso a formas de vida casi paleolíticas. No es infrecuente encontrar mensajes entre estos grupos que preconizan abiertamente el exterminio del 95% de la población del planeta (excluidos ellos, por supuesto, y suelen ser estadounidenses) a fin de “salvar a la civilización” de los estragos medioambientales que desencadenaría la quema desenfrenada de carbón y leña por parte de “las masas” en ausencia de gas y petróleo. Los más optimistas, en cambio, confían en una transición más o menos milagrosa hacia fuentes de energía que de momento existen sólo en papel. Otros, por su parte, hastiados del ahogo diario en atascos de tráfico cada vez más opresivos, mustios de ver cómo se les va la vida mirando a los humos del escape del coche que les precede, con expresión de lobotomizados (y al mismo tiempo con lúcida conciencia de su expresión), manifiestan su regocijo ante la certeza de que un día el mundo se verá finalmente liberado de la tiranía del asfalto, el atasco y el motor de combustión interna, por muy grandes y largas que sean las miserias que nos esperan hasta llegar a esa Arcadia de sus sueños.


No se necesita una imaginación excesivamente acalorada o alarmista para entender que, en ausencia de combustibles fósiles las sociedades industriales de hoy se vendrían abajo como un castillo de naipes en cuestión de semanas. Las consecuencias de una reducción lenta pero inexorable, en el sistema socioeconómico actual, no son prometedoras. Para quienes, comprensiblemente afectados por la monumental industria de lavado de cerebro procedente de Estados Unidos, insisten en ver a ese país como un modelo a seguir, es preciso puntualizar ciertos detalles no demasiado cacareados. Por ejemplo:Que en los últimos 20 años Estados Unidos ha quintuplicado su índice de encarcelamiento, y que hoy mantiene tras las rejas a una proporción más alta de su población que ningún otro país, actual o pasado.
  1. Que ese índice es unas 6 veces más alto que le de Europa occidental, el cual a su vez está también aumentando con respecto al mundo no industrializado.
  2. Que además de los dos millones de encarcelados, en EEUU hay otros cuatro millones de individuos en diferentes grados de libertad condicional, vigilancia o control por parte del sistema penitenciario.
  3. Que ese ingente y creciente ejército que vive tras las rejas se ve forzado a trabajar prácticamente gratis (a una media de 30 centavos por hora) para obtener un mínimo de reducción de su sentencia, y que esta mano de obra constituye una industria que mueve miles de millones de dólares y está en aumento imparable, como lo está la construcción de cárceles por toda la geografía del país, ya que los estadounidenses votan siempre alcandidato que promete más cárceles y más endurecimiento de las sentencias.
  4. Que muchos estados están gastando ya más dinero en cárceles que en educación superior y hay más negros en la cárcel que en la universidad.
  5. Que hay más de 40 millones de personas sin ningún tipo de seguro médico, y otros 100 millones con un seguro paupérrimo que apenas sirve para nada.
  6. Que el número de personas sin techo aumenta año tras año y que las cocinas caritativas se quejan de que ya no son sólo los marginados los que llegan a pedir plato de sopa, sino que cada vez tienen que pedir más sillas de bebé porque cada vez llegan más familias enteras incapaces de alimentarse.
  7. Que la redistribución de la riqueza en los últimos veinte años constituye un espectacular desplume de los ya desplumados, de forma que el 40% de la población con menos recursos ha sufrido una disminución del 76% de su riqueza en los últimos 20 años, y hoy ese grupo (casi la mitad del país) controla un 0,2% de la riqueza total. (ver http://www.inequality.org/factsfr.html)
  8. Que el secretario de defensa, Rumsfeld, declaró hace poco la necesidad de privatizar lo más posible el ejército estadounidense.
  9. Que el general Tommy Franks, liberador de Irak, declaró hace poco que, en el caso de un ataque terrorista espectacular, lo más lógico será que se abandone la constitución y se instaure un gobierno militar.
  10. Que las nuevas leyes del llamado Patriot Act dan al traste con la mayoría de las libertades y derechos individuales garantizados por la constitución.
  11. Que cualquier persona puede ser raptada por el estado y desaparecida o detenida sin acusaciones en la mejor tradición totalitaria, como ya está ocurriendo y ocurrirá en masa si se producen ataques terroristas de envergadura.
  12. Que la mendacidad de los medios de comunicación y el nivel de destrucción de facultades criticas que ejercen sobre la población es incalculable.
  13. Que las bases para un sistema totalitario mucho más sombrío que el de las novelas de Orwell o las pesadillas burocráticas de Kafka están ya asentadas y al acecho, esperando su momento.
  14. Que no sería descabellado suponer, en vista de todo lo anterior, que el “crecimiento económico” del último cuarto de siglo sea en gran medida ilusorio y relacionado sobre todo con el antedicho proceso de succión hacia las capas altas.
  15. Que tampoco seria excesivamente arriesgado relacionar el techo de consumo de energía per cápita (en 1979) con el inicio de este proceso. Y, en conclusión, que el lado descendente de todas esas inquietantes curvas de campana presentadas por los petrogeólogos pesimistas no se encuentra en un futuro más o menos vago, sino que ya ha comenzado hace tiempo y lo único que cabe esperar con la llegada del cenit absoluto de producción será un aumento en el ángulo de inclinación de la pendiente.