lunes, 26 de agosto de 2013

Egipto, bomba maltusiana



Las particularidades geográficas de Egipto, determinadas por las crecidas de un gran río como es el Nilo en mitad del desierto del Sahara, capaz de disuadir de un ataque a cualquier vecino hostil, contribuyeron al desarrollo de una de las primeras y más deslumbrantes civilizaciones que jamás haya conocido la humanidad. Sin embargo, este país de ilustre pasado se encuentra actualmente ante una encrucijada de solución compleja, y que puede desembocar fácilmente en una guerra civil. No voy pues a hablar de la historia de este magnífico pueblo, si no que me limitaré a realizar una mirada sobre la situación actual y sobre unos datos alarmantes deben invitarnos a la reflexión.


Demografía
Los historiadores estiman que la población egipcia fluctuó a lo largo de su historia marcada por el contexto histórico, los problemas políticos, climáticos o bélicos.

Así pues el número de ciudadanos egipcios ha sufrido sus naturales altos y bajos, pasando del millón de personas del Imperio antiguo, a los dos durante el período de Ramsés II, y alcanzando su cénit durante la época del imperio romano en que se alcanzaron los diez millones de habitantes. Posteriormente, ya fuera por las continuas guerras, invasiones, colapsos o problemas económicos de diversa índole la población retrocedería hasta alcanzar un mínimo de 2.5 millones.

Egipto se adentraría así en la edad contemporánea (la edad de los combustibles fósiles) con una población que rondaba por aquel entonces los 4 millones, y que a principios del siglo XX, gracias a la revolución industrial aumentaría a los 11.3 millones. Esta población continuará aumentando estimulada por los logros tecnológicos, la energía barata y un contexto de paz relativa, hasta alcanzar los 33.300.000 habitantes durante el año 1970. Este mismo año, por poner un ejemplo, España tenía una población de 33.956.04.Es decir, que España y Egipto contaban con poblaciones similares hace apenas 40 años.

Sin embargo Egipto pasa por ser hoy el 15º país más poblado del mundo con sus 83 millones de habitantes, ya que ha multiplicado su población por tres en los últimos 50 años.



Si vemos la pirámide demográfica, Egipto cuenta además con un gran número de habitantes en torno a los 25 años, es decir, su ímpetu demográfico (potencial de procreación) es más que significativo, hecho que sumado a una esperanza de vida que actualmente ronda los 70 años, nos hace pensar que durante las próximas décadas la población egipcia continuará creciendo a un ritmo vertiginoso.


Tierras arables.
Lo más preocupante para cualquier observador avezado es constatar como el país Africano ha superado con creces su capacidad de carga, hecho que se produce tanto por el ya comentado crecimiento descontrolado de la población, como por el límite que fija la tierra arable disponible, y más aún cuando Egipto es un país que nace y vive por y para un río, el Nilo, cercado por el desierto del Sahara que restringe de modo significativo su posible expansión agrícola.

La escasez de agua y la excesiva urbanización que conlleva la concentración de la mayor parte de su población, es decir 60 millones de personas en el millón de kilómetros cuadrados de zona fértil que cercan la cuenca del Nilo, merman significativamente su ya depauperada capacidad de autosuficiencia alimentaria.

Por tanto a nadie debe sorprender que la superficie de tierra cultivable per cápita en Egipto sea una de las más bajas del mundo, entre 0.03 y 0.06 hectáreas por habitante. En España, valga la comparación, la tierra arable per cápita es de 0.27 hectáreas por habitante, es decir, entre 5 y 10 veces superior a la de un ciudadano egipcio.

Ante una situación de por sí complicada, pues han perdido la capacidad de autosuficiencia alimentaria, la solución pasa necesariamente por obtener el capital necesario del exterior, y que le garantice acceder a los productos básicos mediante el endeudamiento, el comercio o el turismo.


Balanza comercial, petróleo y trigo.
El exceso de población de Egipto ha generado por tanto un endémico déficit comercial estructural, donde las importaciones de productos alimenticios siguen teniendo un peso decisivo. Su saldo negativo se ha compensado en el pasado reciente por los ingresos del turismo, el Canal de Suez y las exportaciones de petróleo.

Sin embargo hace relativamente poco un parámetro esencial en la difícil ecuación del estado norafricano ha variado de modo determinante, Egipto pasó sobre el año 2007-2008 de exportador a importador neto de crudo.

Este hecho ha generado una serie de devastadores efectos en cadena que conllevarán de modo casi inevitable al colapso del país.


La escasez energética está afectando al turismo, pues la carga y transporte de pasajeros se ve condicionado por el acceso de camiones, buses y minibuses al diesel. En Luxor por poner un ejemplo, conductores de autobús pueden pasar hasta dos días esperando en línea debido a la escasez de carburante, provocando el malestar de los turistas al dejar a muchos pasajeros varados.

Los conductores de autobús a menudo se ven obligados a acudir al mercado negro, y así obtener el diesel necesario con que mover sus máquinas a precios exorbitantes.

Además la falta de diesel preocupa a unos agricultores que dependen del mismo para hacer funcionar sus equipos de riego y cosechadores. Algunas panaderías que producen el “baladí”, pan, han tenido que dejar de trabajar debido al encarecimiento de los cereales.

La crisis energética ha provocado pues una desestabilización del país que pone en riesgo tanto la industria del el turismo como la agricultura autóctona. A la coyuntura del país se le suma el alza de los cereales y los carburantes en unos mercados internacionales convulsos por la actual crisis.

Egipto se ve por tanto inmerso en una endémica banca rota que no le permite importar el trigo que necesita; siendo como es el mayor importador mundial de este cereal. Sin combustible no funciona ni el turismo, ni la agricultura ni la industria, y sin comida surge el hambre que provoca revueltas y puede degenerar en una guerra civil que acrecentará más si cabe sus problemas económicos.






Conclusión
Estos hechos acarrean en la actualidad cambios políticos en un país sumergido en una zona geoestratégica convulsa, tanto por su cercanía a Israel, como por ser centro de una red de regímenes árabes represivos que tanto británicos como estadounidenses han apoyado tácitamente (el control de la zona desde principios del siglo XX ha permitido mantener el control del petróleo barato), o por el control del Canal de Suez (a través del cual se transportan el 14 % de los productos que mueven la economía mundial y el 26% del petróleo de importación).

Los movimientos sociales que se conocieron como primavera árabe, y que se nos mostraron en los medios de comunicación como una aspiración legítima a la democracia, obedece en realidad a una causa tan trivial como el hambre. El depuesto dictador Mubarak, la posterior caída del gobierno formado por los hermanos musulmanes o el golpe de estado militar han sido causados en última instancia por la falta de petróleo barato. La situación actual del país es prebélica, y amenaza con convertir el oriente medio y norte de África en un auténtico polvorín.

Egipto ha entrado en su particular era de las consecuencias, como ya dijera Churchill, y las tensiones actuales que se han precocinado durante año están explosionando al compás del encarecimiento de los alimentos provocado por el cambio climático, la disminución progresiva de la tierra agrícola, la competencia con los biocombustibles y muy especialmente por la dependencia de los combustibles fósiles en la conocida como agricultura industrial.

Mientras las causa no se analicen en profundidad, los problemas serán recurrentes y la crisis se perpetuará tanto en el país africano como en el resto de países que se encuentran en una situación similar (y estos países son legión). Este hecho conllevará inevitablemente al colapso y la pérdida de población de estos estados hasta recuperar su capacidad de carga.

Somos testigos del desmoronamiento de un estado cuyas soluciones pasan necesariamente por la solidaridad internacional, y el control demográfico. En nuestras manos está actuar, más aún, tenemos la obligación moral de actuar mediante la información, el cambio de mentalidad, y la búsqueda conjunta de soluciones que nos preparen hacia un futuro que cada día se nos hace más cercano y oscuro.

Vicent Ortega Bataller.

Fuente: The Oil Crash

lunes, 12 de agosto de 2013

La pesada herencia del déficit energético



Los críticos de la apertura económica sostienen que cuando se la aplicó, los trabajadores podían, por ejemplo, comprar ropa importada más barata. Pero se quedaban sin trabajo por la competencia externa en las fábricas en las que estaban empleados.

Usan esos argumentos los defensores de la economía cerrada, protegida, con mercados cautivos y, de ser posible, con subsidios directos para las fábricas locales. Los defensores de la apertura suelen ser los sectores más competitivos internacionalmente o aquellos que no están expuestos a la competencia internacional. Estos últimos son los que tienen una protección "natural". Muchos son servicios. No se puede ir a la peluquería en París porque sea más barato o, en general, mandar a los hijos a una escuela privada en el extranjero porque sean menos costosas que aquí.

No es raro que quien tenga una empresa quiera protección absoluta contra la importación de lo que fabrica y arancel cero y libertad total para traer de afuera sus insumos.

Hay casos extremos. Como el del intendente patagónico descubierto en los últimos días, que apoya el modelo de armadurías de electrónicos en Tierra del Fuego, que vuelve más costosos a esos productos, pero que, cuando tiene que proveer a su municipalidad, prefiere comprarlos más baratos en Chile.

El modelo kirchnerista se basó en energía barata para todos y productos industriales finales, en general, más caros que los precios internacionales. Así, se dijo, se lograría proteger la industria e incentivar el valor agregado. Los problemas comenzaron en 2004, cuando quedó claro que el modelo llevaba al déficit energético.

La solución fue importar productos energéticos, aunque costaran muchísimo más caros que aquí, con subsidios del Estado. Pero las cosas no han funcionado bien. El déficit siguió creciendo, la factura de importación también. El peso se ha estado sobrevaluando. Y para tratar de solucionar la situación, el Gobierno aplica impuestos por combustible importado a los particulares y a las industrias.

El resultado es que muchas familias aún pueden recibir electricidad y gas con precios subsidiados. Una leyenda se los recuerda en las facturas del servicio. Pero es probable que sufran suspensiones, reducciones de horas de trabajo. Las fábricas paran porque no tienen energía o gas. O porque no llegan los insumos importados a causa del cepo que hay que colocar para poder conservar los dólares que el Estado necesita para importar gas, electricidad, gasoil y fueloil.

En cuanto comienzan los fríos, les cortan el gas a las fábricas. Muchas de ellas programan desde hace tiempo las necesarias paradas técnicas para los períodos de bajas temperaturas, porque saben que no podrán trabajar. Pero los faltantes son mayores.

En el Polo Petroquímico de Bahía Blanca ha habido situaciones delicadas. Los cortes han sido más largos que los previstos y algunas industrias deben importar por barco sus insumos. El costo se va a las nubes y hace inviable el negocio. En la lógica de los proteccionistas, en los 90 los obreros se quedaban sin empleo porque tenían ropa y electrónicos baratos. Hoy lo sería porque tienen gas, electricidad, trenes y colectivos subsidiados.

El polo bahiense fue pensado para aprovechar industrialmente los grandes excedentes de gas neuquino. Un gasoducto lo transporta, una planta separa los diferentes componentes. Distintas fábricas producen insumos que tienen mercado y precio internacional.

Hubo multimillonarias inversiones. Pero hace una década el kichnerismo decidió que el gas vale un precio si se lo produce en la Argentina, tres veces más si se lo trae por gasoducto de Bolivia y hasta nueve veces más si se lo trae en barco desde el Caribe o África. La producción local cayó, se volvió insuficiente. El modelo productivo incentivó la producción en otros países.

Como señala Juan Carlos De Pablo, es verdad que hay problemas de competitividad por muchísimas razones. Desde la sobrevaluación del peso, los altísimos costos internos, la enorme presión impositiva, la insoportable burocracia, el colapso de la infraestructura vial. Todo agrega costos enormes. Pero sin el déficit energético, la Argentina tendría hoy un importante superávit comercial. Cabe imaginar que así sería innecesario el cepo cambiario, las arbitrarias restricciones a las importaciones, los impuestos a los gastos en el extranjero. Los ocho ex secretarios de Energía que advirtieron lo que ocurriría acaban de producir un documento muy crítico que señala que lo que está haciendo en estos tiempos el Gobierno ensombrece por completo el panorama y dejará una herencia más que pesada para los triunfadores que pueden haber comenzado a perfilarse ayer.